Desde una prespectiva ideológica, el siglo XVII se caracteriza por los problemas derivados de la oposición entre la Europa católica y la protestante. La separación de Holanda de la Corona de Castilla y su aproximación a Inglaterra dieron lugar a una Europa enfrentada políticamente entre monarquías protestantes y las católicas. Francia creó un Estado absolutista en el que el poder del rey se expresaba con el lema "el Estado soy yo", según palabras de Luis XIV. Inglaterra, en cambio, después de la revolución de Cromwell y la decapitación del rey Carlos I, superó el intento absolutista del monarca y retomó la tradición parlamentaria.

En el siglo XVII, los reinos hispánicos iniciaron un período de decadencia política que curiosamente no se vio reflejada en las artes y ni en las letras. Además, junto a Portugal, la monarquía hispánica consolidó la colonización del Nuevo Mundo y continuó dominando Flandes, Nápoles y la Lombardía. A pesar de todas estas circunstancias, los Estados Pontificios gozaban de una bonanza política y esto se reflejó en el auge de las artes.

 

El siglo XVIII trajo un cambio de dinastía en España y la consolidación de los  Borbones franceses frente a los Habsburgo. La victoria de Felipe de Anjou sobre el archiduque Carlos se reflejó en un cambio de gusto hacia lo francés, aunque la autoridad y el poder real se fueron debilitando en Francia hasta la abolición de la monarquía con la Revolución Francesa en 1789. El antecedente ideológico de la Revolución hay que situarlo en el movimiento ilustrado y en su influencia cultural liderada por la Enciclopedia, dirigida por D'Alambert y Diderot. Inglaterra reforzó su poder y los territorios de la corona austroúngara y de Rusia experimentaron un gran auge.