La segunda mitad del siglo XIX se caracterizó por una serie de acontecimientos históricos de gran trascendencia política y social: la unificación italiana (1861), el reordenamiento de los grandes imperios, como Alemania (1871), la caída del Segundo Imperio y el advenimiento de la Tercera República en Francia (1870), así como la consolidación de los Estados Unidos de América después de la guerra de Secesión (1861-1865). En España, el panorama político se vio alterado por la Revolución de 1868, por un cambio dinástico, la proclamación de la Primera República y la Restauración monárquica, además de sucesivas pérdidas coloniales. Todo ello vino acompañado de transformaciones socioculturales, como la afirmación de la burguesía como consumidora de actividades culturales, la mercantilización del arte y una nueva forma de relación entre el artista y el cliente. El crecimiento demográfico, la concentración urbana, el desarrollo industrial y los cambios en las comunicaciones, especialmente el ferrocarril, hicieron replantear las necesidades urbanísticas de las grandes ciudades y sustituir el trabajo artesano por el trabajo mecánico.

El arte apeló al gusto de las clases dominantes con la producción de diversas obras que se integran en un todo unitario (eclecticismo). Otra corriente, minoritaria, aprovechó las fisuras del mercado del arte para buscar nuevas formas de expresión aprovechando la osadía de algunos marchantes y la constancia de unos artistas atentos a los experimentos científicos. La sociedad, cada vez más industrializada y competente, contribuyó a la sustitución del lenguaje artístico vigente por otros lenguajes más adecuados a las nuevas perspectivas y a la caída de axiomas como el que proclamaba que "arte es igual a belleza" y el antagonismo entre obra de arte y objeto útil. Todo ello generó una serie de movimientos que fueron el germen de las Vanguardias del siglo XX.